Mi recordada Maria Gines,
Estoy profundamente afectada por la reciente muerte de nuestro querido Néstor. Ayer me enteré y sin la posibilidad de estar cerca de sus amigos y familia sólo desde acá les puedo enviar mis más sinceros sentimientos de afecto y solidaridad por esta pérdida.
Todo el tiempo que yo he estado en la acción contra minas, Néstor estuvo presente. Lo conocí hace muchos años desde que era funcionario de la Gobernación y su compromiso y dedicación al tema era más que admirables. Compartimos gratos momentos en los cuales su calidez humana y su orgullo por su región nos permitió conocer su lado humano y mas familiar. Sé por las muchas veces que compartí con él que esta perdida debe ser un duro golpe para sus hijas adoradas y su señora esposa.
Se también que para su equipo de trabajo y para ustedes personalmente esto debe ser un durísimo y triste golpe y desde acá les mando un abrazo grande porque la pérdida de este ser humano es también para nosotros y para toda una gran pérdida. Cualquier cosa que podamos hacer en su memoria, déjenme saber.
Tantas charlas, tertulias, comités, viajes, talleres, tintos en la plaza, viajes y todo lo que compartimos juntos me pesa mucho hoy vieja, tengo la voz de Néstor metida en la cabeza todo el día, que pesar tan grande. Además de noticia tan devastadora. Hoy he estado todo el día contándole a la gente nueva del PAICMA quien era Néstor y avisándole a la gente mas vieja de esta triste noticia.
Mi china querida, mi profundo pesar. Estoy en la distancia con su merced porque sé que esto le pega duro, muy duro.
Le mando un poema de Cesar Vallejo el peruano que traduce lo que uno siente en estos momentos.
Un abrazo inmenso de condolencia.
Marisol
César Vallejo
(Perú, 1892-Paris, 1938)
Los Heraldos Negros
(1918)
LOS HERALDOS NEGROS
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé.
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes ... Yo no sé!